25 de noviembre de 2008

No te acostumbres a la violencia!


Hace unos seis años conocí a Miguel. En la universidad nunca destacó por ser un buen estudiante, y aunque siempre buscaba pasar desapercibido, su creatividad, la excentricidad en sus ideas, y ese halo oscuro que lo rodeaban no pasó inadvertido ante mi curiosidad. Pese a que nos volvimos buenos amigos, siempre se negaba a presentarme a sus padres, y muy poco hablaba de su familia. Con el tiempo me confesó que su padre era alcohólico, y que pese a que hace muchos años había dejado la bebida, su casa nunca fue un lugar agradable para él, y siempre buscaba refugio en la música o en su arte.


A sus veintisiete años de edad, sabe que muchos de los problemas personales que ha enfrentado a lo largo de su vida, se debe a ese miedo que su padre sembró en él. Nunca ha tenido una relación estable de pareja, y dice que últimamente ha aceptado que aquello se debe porque tiene miedo de repetir los mismos errores que cometió su padre. Recuerda que de niño, una de las tantas veces que sus padre golpeaba a su madre, y ambos gritaban ofendiéndose el uno al otro, el sólo se encerró en su cuarto a llorar, y con sus uñas escribió en el espaldar de su cama “te odio”, letras que aún se encuentran grabadas en esta cama, al igual que los malos momentos que vivió. Tiene presente las veces en que su madre vaciaba botellas de whisky en el lavadero, o encontraba droga escondida en su cuarto.


El abuelo de Miguel, es decir el padre de su madre, también fue alcohólico. Al parecer, ella se identificó tanto con su agresor, que inconscientemente buscó el mismo patrón de conducta, como su pareja. En sus primeros años de casados, su esposo sutilmente la hizo abandonar su trabajo de ejecutiva que mantenía en una empresa trasnacional, para dedicarse al hogar. Su esposo mantenía el hogar con un negocio propio, y nunca les faltó a los hijos una educación en buenos colegios, y una economía estable, en general, sin embargo esta dependencia hizo que él prácticamente la considerara su propiedad (como suele suceder), minimizándola muchas veces, reduciendo su existencia al rol de madre y esposa, sumisa y tolerante.


Miguel recuerda que muchas veces su madre tomaba valor, armaba maletas y se llevaba a sus tres hijos con ella, y así muchas veces vivieron en diferentes casas “como gitanos”, hasta que su padre se veía profundamente sólo y vacío, una vez más se arrepentía, dejaba de beber por un corto tiempo, y la convencía. Un día, ella no pudo soportar más la agresión de su esposo, y prometió dejarlo y no volver. En ese momento el padre de Miguel tocó fondo, el alcohol provocó que su negocio se fuera al borde de la quiebra, y que su esposa e hijos lo abandonaran. Gracias al grupo de apoyo de Alcohólicos y Narcóticos Anónimos, y a la terapia que recibió ahí, dejó de beber, sin embargo esta es una enfermedad no tiene cura, y sus síntomas se sienten toda la vida, a pesar de haber dado el primer paso, dejar la bebida.


Aunque el papá de Miguel dejó de beber hace ya más de quince años, el ambiente de violencia no desapareció en su hogar, ya que los ataques de ansiedad y efectos de la abstinencia de su padre, generaban una situación de angustia; su personalidad egoísta, y el resentimiento de su madre y sus hermanos hacia su padre, nunca permitieron unir a su familia. Actualmente su madre ya se ha resignado a vivir con su esposo, y a pesar de que muchas veces la agrede verbal, psicológica y a veces físicamente… ya se ha acostumbrado a ello.


¡Nadie se debe acostumbrar a la agresión! El problema de las mujeres que son víctimas de la agresión física o psicológica por parte de su pareja, sea por causa del alcoholismo, por machismo, o por lo que sea, es que una vez que se convierten económicamente dependiente de ellos, es casi imposible valerse por sí mismas, comenzar una nueva vida y cerrar ese capítulo; al contrario terminan viviendo una vida infeliz, creando inseguridades a sus hijos, permitiendo que esta persona afecte sus vidas, y convencida de que no tiene la capacidad de ser más en esta vida.


*Foto: Fernando Landin C.



3 comentarios:

Micaela Delgado dijo...

Estábamos hablando con una amiga mía muy conservadora de que en su mayoría la familia típica de madre, padre e hijos parece no estar funcionando y ella me pregunta a qué se debe que antes no hubiera tantos divorcios como ahora. La repuesta es muy fácil. La mujer antes se las aguantaba toditititas sin decir ni mu. Ahora las cosas han cambiado. Lamentablemente aún queda mucho por hacer. Lograr la independencia económica es un paso muy importante porque creo que lo que más frena a muchas mujeres de separarse de estos hombres danyinos es el miedo a salir adelante solas. Las mujeres somos seres completos. Podemos combinar el trabajar, ser esposas y ser madres de la mejor manera. Me parece que en algunos casos los hombres envidian precisamente esa habilidad e impiden que la mujer salga adelante porque de esa manera demuestra superioridad y autosuficiencia.

Estefania Aumala dijo...

Es esa lucha de sexos. La otra vez en una charla, la conferencista decía que ese programa "lucha de sexos" era terrible por la idea que difundía. No se trata de una lucha de sexos, se trata de una convivencia! Ojalá algún dia podamos enteder eso. Asi sí seremos tratados iguales.

Pancho Tama dijo...

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